jueves, 25 de junio de 2009

De cómo fue que sucedió

Y ya que estoy hablando del amor, y ya que estoy en cama con gripa pero no hay forma de que me duerma, voy a contar esta historia porque aunque lo hice mil veces, me encanta contarla y ya no tengo a quién.
Tacantau fue invitado, junto con La Cuerda Floja y Cachengue y sudor a cruzar el charco para cantar en el Festival Bolsa de Murgas, un hermoso fin de semana de diciembre de 2008. Los organizadores nos habían reservado un galpón enorme en el que pasaríamos la noche desparramados en 40 colchones. La tarde fue transcurriendo, paseos a la playa, mucho mate, solcito, algunos juegos en la rural del prado, prueba de sonido. Todo bien de bien. A la noche actuamos, hasta acá puro preludio.
Después de actuar, cambiarnos y demaquillarnos, pintó el hambre y la sed. Sandra me acompañó a comprar una hamburguesa. "Yo me quedo acá", le dije sin sacarle los ojos de encima al parrillero. Ella entendió demasiado literalmente, tomó su hambuguesa y se fue. Yo me quedé. Hasta que llegó mi hamburguesa, que tardó lo suficiente para que el parrillero y yo intercambiáramos algunas frases y sonrisas.
Las cervezas se fueron sucediendo al ritmo de las murgas y la noche avanzaba siestas mediante sobre alguna pila de colchones. Tímido pero imperturbable seguía el intercambio de miradas a través de la cortina de humo de los choris.
Con la noche y el alcohol bastante avanzados, comenté nuevamente a quien me quisiera escuchar (Inés, en este caso) acerca de lo lindo que era el parrillero (cuya belleza se acentuaba también con el paso de las horas), y agregué "una cerveza más y encaro". No sé cuánto tiempo tardó Inés en traer esa cerveza, pero estoy segura que fue poco. Mientras tanto me llegaba algún chisme del tipo es licenciado en no sé qué cosa extraña, medio científico loco, le dicen "Locura", etc...
En una pausa de ese transcurrir de murgas sobre el escenario, uno de los organizadores, Diego ("El padrino"), anunció una especie de juego cuya gracia objetiva no encuentro pero fue una gran idea: La pareja integrada por un residente de cada orilla del Río de la Plata (condición que debía ser documentada), que subiera de la mano y se besara sobre el escenario, recibiría como premio una botella (otra) de cerveza...
Esta es la mía, pensé en voz alta para quien quisiera escucharme, creo que esta vez fue Leticia, salté de la silla y me fui corriendo al galpón. De ahí a la parrilla, donde, cédula en mano dije: "Es una propuesta". Locura, ni lerdo ni perezoso se escurrió y me llevó de la mano flameando hasta el escenario.
A todo esto yo había olvidado que el lugar estaba lleno de gente. De hecho creo que el juego había terminado, pero en mi mundo solamente girábamos él y yo, y mi mano dentro de la suya.
Llegamos al escenario, presentamos nuestras credenciales mientras yo escuchaba a mis compañeras gritar desaforadamente y todo ese mundo se volvía un tanto confuso... qué hacía toda esa gente ahí, ¿por qué gritaban? Con nuestras identidades biRíoplatenses fiscalizadas, vino el beso. Yo no me acuerdo y la única foto que hay solamente muestra mi mano en su cuello... pero los testigos dicen que fue un señor beso. Nuestro primer beso. Faaa.
Todavía incrédula lo seguí a buscar nuestro "premio". Y tomamos tranquilamente la cervecita mientras los amigos pasaban y saludaban como si nos hubiéramos ganado un Martín Fierro.
Un poco tímidos y bastante contentos por la situación atravesada seguimos charlando, mirándonos y sonriendo mientras tomábamos. Cuando terminé la última gota, devolví la botella mientras jugaba mi carta final: "No fue por la cerveza". Beso y cada cual a sus puestos.
La noche se hizo día y nos encontró bailando y queriendo más.
Y tuvimos más. A diciembre le siguieron las vacaciones de verano. Internet, buquebus y cupido están haciendo el resto. Y así fue que sucedió lo del bendito amor

El bendito amor

Hace varios días que vengo rumiando una idea que trataré de plasmar.
Es notable lo fácil que me resultaba escribir sobre el amor cuando no lo era, cuando estaba lleno de desencuentros, contradicciones, desengaños. Escribir desde la catarsis, la rabia, la pena.
Ya hablé alguna vez sobre esto, cuando se me hizo tan evidente que la felicidad atentaba contra mi escritura. Hoy quería hablar de el amor específicamente, y de su compatibilidad con mis palabras escritas, quizás de esta manera pueda reconciliarlos y volver a escribir.
El amor es posible, está siendo posible. No hace tanto tiempo estaba de ese lado, del lado de los que creían que ya no nos tocaría, pero en el fondo conservaba la esperanza y aun la búsqueda, a veces desesperada, de aquel príncipe cuyo beso me despertara del letargo.
Durante esa búsqueda escribí mucho, cada desengaño explotaba en un torrente de palabras dolidas, llenas de emociones tristes, palabras necesarias para cerrar las heridas y volver a la batalla. En el medio encontré la música en mi voz y las palabras se perdieron un poco del papel para colarse en algunos ventarrones que pasaban.
Fue esa música en la voz la que posibilitó la aparición del príncipe, por varias razones que no vienen al caso.
Volviendo al tema del amor y la felicidad escrita. Quiero volver a escribir. Quiero amar, ser amada, seguir cantando y volver a escribir. Quizás estoy pidiendo demasiado.
Quiero que mis próximos escritos hablen de las cosas lindas que me pasan, incluso en la misma clave netamente emotiva y a veces confusa y hasta críptica en que escribía mis fantasmas para sacármelos del cuerpo. ¿Cómo se hace?
Como ya dije una vez, tengo que aprender a escribir de nuevo, todavía no lo logro, pero tenía estas ideas en la cabeza y bueno... la gripe... las tuve que escribir.