lunes, 28 de enero de 2008

B/N

Lo primero fue despertarse y ver todo en blanco y negro. Sentirse una película vieja, muda. Borroso hasta que fue descubriendo las marcas rojas en las piernas, la pileta azul, la tapa naranja de Rayuela. De ahí a ubicarse, a separarse del sueño y volver al sol de la tarde.
¡Qué aburrido era estar sola!
La imagen ya estaba prohibida, extirpada. Sin embargo almorzar con su abuela y la de...
Y poner la mejor sonrisa, agradecer los piropos porque el mundo es jodidamente pequeño pero una cosa no tiene nada que ver con la otra. Y la pobre vieja qué sabe. "¿Soltera?, con lo linda que sos (Ay, señora, si usted supiera), con ese cuerpito (si supiera), ya vas a encontrar a alguien (Ay, ay)".
Y a ella, que se le prende como fuego debajo del estómago y le sube hasta la garganta, pero en los labios pura sonrisa y "claro, no tengo apuro (22, 21, 20...), señora. ¿Alguien en vista? No, señora (si usted supiera)". Mientras se carcomía del asco por sentir todavía el olor de la noche, el de todos los nombres el mismo.
La imagen proscrita devenía en abrochadora, y ahora andá a sacarle de la cabeza que la desilusión lleva ganchos Nº 64.
Por ahí con un chapuzón el tiempo recuperaba su habitual velocidad, aunque fuera domingo. Pero se sintió una estatua de sal, alto riesgo de disolución. De transformar todo en mar.
Solamente evitar dormirse al sol o con la persiana abierta. Apagar el ventilador para no erosionarse y frotarse el culo para condimentar la ensalada.
¡Qué aburrido es estar sola!

sábado, 26 de enero de 2008

Catársis anacrónica

Abriste la puerta y los dejaste entrar, jodete. Cerraste, blindaste, hermetismo total. ¿Ahora estás mejor? Jodete. ¿Hay una manera? Claro que no. Sí hay: joderse. O que no te importe, que a la larga termina siendo más o menos lo mismo. Si no te importa te jodés pero no te das cuenta. Una vez le pregunté a alguien que tenía un problema, si quería resolverlo o si lo que quería es que dejara de serlo. Es lo mismo -respondió. No señor, no es lo mismo, para nada es lo mismo.
Si algo te duele podés eliminar la causa (y con ella el dolor) o tomar un calmante y dejar que te sigan martillando la cabeza. Yo prefiero deshacerme del martillo. Aunque tarde más, aunque duela más. Me niego a resignar sensibilidad.
¿A qué venía esto? Ah, sí. No voy a jugar el juego como si no me importara. O nos jugamos enteros o cada cual a su casa. Eso es todo. Y me jodo. Sí, me jodo y me importa, pero prefiero el dolor a la indiferencia. Elijo jugarme y perder. Pero jugarme. Si querés jugártela conmigo, adelante, pero no te confundas, dije jugártela conmigo, no jugar.
Si querés jugar, comprate un yo-yo.

miércoles, 23 de enero de 2008

O algo...

- Me gustaría tener un bebé... o algo
- ¡O algo? ¿qué? ¿Un hamster!
- Sí... no sé... o un sobrino
- Yo tengo un sobrino, te lo presto, se llama Esteban.

domingo, 20 de enero de 2008

Estúpido

Me encantan los diálogos que terminan en “sos un estúpido”.
En cambio los que terminan en “no”, especialmente en “mejor no”, me parecen horrendos.
Por eso cuando veo en una conversación su tendencia a terminar en “mejor no” me voy preparando para lanzar mi remate: ¡sos un estúpido!
Y así el diálogo queda estupendo.

sábado, 12 de enero de 2008

Walk the line

Aclaración: si no la vieron, no sigan leyendo. Después no digan que no les avisé.



Llorando por vez número veinte con esa película. A las dos y media de la mañana, con un vaso de Coca Cola sin gas y el aire fresco que entra por la ventana. Get rhythm, when you get the blues, get rhythm. Y ella por fin le dice que sí, enfrente de todo el mundo, le dice que sí. Y se besan. Y yo lloro, como la vez anterior y como cuando le dice que hizo todo mal y ella le dice que sí, pero que ahora tiene una segunda oportunidad. Y yo lloro, they’re going to Jackson. ¿Vieron?, al final le dice que sí, y son felices para siempre, pero sólo al final. ¿Si mi vida durara dos horas me dirías que sí más rápido, y seríamos felices para siempre? 2:00:00... 1:59:59... 1:59:58... 1:59:57... 1:59:56...

jueves, 10 de enero de 2008

Monstruos bajo la cama

Te levantás con una imagen en la cabeza, la imagen es vaga pero la sensación, precisa. La imagen te acompaña a lo largo del día, de varios días. Le vas agregando detalles, dándole forma a los objetos, cambiándolos de lugar, pintando las paredes, sacudiendo alfombras.
Con los días ubicás algunos muebles, dudás, probás de una manera y de otra.
Hay un otro, intercambian opiniones, llegan a acuerdos. Juntos reacomodan el lugar, le ponen música, cuelgan fotos de las paredes, tuyas, del otro, de ambos, paisajes...
Una planta o dos, para darle más vida. La biblioteca, tal vez un escritorio. Y un ventilador.
Soñás con esa imagen de 3 x 4, soñás la secuencia, por momentos te hace feliz, por momentos sentís que te persigue, o que te obsesiona, y le tenés miedo. Tenés miedo de tu imaginación, pero no podés luchar contra ella. Seguro perderías, por eso le tenés tanto miedo. Entonces con ingenuidad “elegís” conservarla, controlarla, convivir con ella. Tratás de no alimentarla, porque crecería el miedo, pero no te animás a erradicarla porque, decí la verdad, te hace feliz.
A esa imagen un buen día se le suma otra... algo que leíste, algo que escuchaste empieza a tomar forma. Tiene forma de persona, de personita, de deseo. Deseo de dos, más uno. Y ahí empezás de verdad a tener miedo. Un miedo que ya conocés, porque sabés lo que es vivir de ilusiones, sabés lo que es querer y no poder. Pero esa imagen te hace ilusoriamente feliz y te perdemos. Estás acá, pero meses, años después, estás en esa imagen, perdida, ausente del presente. Tan feliz como volátil, incapaz de reconocer lo que es real de lo que es un sueño, ya te pasó otras veces, de chiquita, no te hagas la boba. Te pasó que soñabas y te lo creías, y andabas con miedo a los monstruos que dormían debajo de la cama.

Y cuando te das cuenta, porque en el fondo te das cuenta, de que era todo una fantasía, ves el monitor, mirás la ventana enfrente tuyo, mirás tu vida y la sentís vacía. Y entendés todo, aunque preferirías no entender nada.

miércoles, 2 de enero de 2008

Cosas que pasan

Perdí mi reloj en París seis horas después. Mis anteojos cayeron al río el día de año nuevo, terminaron devorados por un cardumen de mojarras vengativas. Perdí la virginidad hace algunos años (chiste, papi), la vergüenza algunas veces, la esperanza.
El orgullo no lo perdí, pero se me rompió en alguna vereda. Perdí amigos y oportunidades, un zapato en Figueroa Alcorta y La Pampa, una campera en Arequipa.
Perdí colectivos, la noción del tiempo, números de teléfono y mi música en un cajón de la oficina.
Perdí al TEG, alguna que otra apuesta, una tortuga, una bombilla con el mate. Perdí el miedo una noche en San Justo, perdí la lancha por quedarme dormida. Pierdo los estribos de vez en cuando, me pierdo en la ciudad cuando salgo del subte. Me deshice de algunas capas protectoras, cambié de piel varias veces en un año. Perdí el sueño. Perdí cientos de paraguas.

Sin embargo en todas estas pérdidas, que me fueron desnudando, gané un poco. Gané contacto, no sabría explicarlo ni quiero.