Cuando los propios brazos no alcanzan para abrazar la superficie de nuestros abultados traseros. Canciones que van directo al hígado, con una voz que circula por todo el cuerpo y pone los pelos de punta. No empujes, es simple, no puede entrar. Historias que se cuentan solas, y no son más que finales. Siempre finales. Trazos de esas imágenes, en blanco y negro y algunos (pocos) grises. Letras puntiagudas, que hieren sensibilidades, pero tan poéticas, tan inevitables. Es simple, es cierto, tan simple.
Una detrás de la otra, y la puerta golpea con el viento, tétrico y oscuro. Apenas bosquejos, ni siquiera la ilusión del color. Ni siquiera un plan. Apenas una pena chiquita. Esa que rebalsa.