sábado, 22 de noviembre de 2008

Bicho bolita

Cuando los propios brazos no alcanzan para abrazar la superficie de nuestros abultados traseros. Canciones que van directo al hígado, con una voz que circula por todo el cuerpo y pone los pelos de punta. No empujes, es simple, no puede entrar. Historias que se cuentan solas, y no son más que finales. Siempre finales. Trazos de esas imágenes, en blanco y negro y algunos (pocos) grises. Letras puntiagudas, que hieren sensibilidades, pero tan poéticas, tan inevitables. Es simple, es cierto, tan simple.

Una detrás de la otra, y la puerta golpea con el viento, tétrico y oscuro. Apenas bosquejos, ni siquiera la ilusión del color. Ni siquiera un plan. Apenas una pena chiquita. Esa que rebalsa.

Brazos y nucas y vasos y nuncas. Nuncas. NUNCAS. Disfrutar del dolor cuando está bien escrito. Disfrutar del golpe si suena lindo, en hombre soprano, en niña carpintero. No es regodearse en la mierda propia, es llorar la poesía ajena. Es hacer carne de una canción. Es entender en las palabras más crudas lo que nadie dice y todos sabemos. Es simple, no puede entrar. Y que por la puerta abierta sigan pasando corrientes de aire viciado.

viernes, 21 de noviembre de 2008

decía...

Era algo que tenía que ver con el tiempo. Con el propio, con el de los demás y con la compleja relación entre ambos. Tenía que ver también con el inconsciente, el boicot y el cuidado silencioso. Con la locura y lo que cura. Con las estrategias, la torpeza, las ganas, la desesperación, la ilusión, las malas elecciones, la frustración, los sitios frecuentados. El déjà vu. Tenía ganas de decirte algo, pero no sé bien qué. Tal vez fuera estar en silencio y ver caer los granos de arena (al fin y al cabo quién fue el cretino que puso agujas en mi reloj). O también podría preguntarte cosas aun sabiendo que no hay manera de entender. Mi lógica no entra en tu mundo, ni yo. Ah, no, esa era otra historia. Déjà vu. Esta realidad no es gelatinosa, más bien absurda. Pero al menos volví a escribir y eso está bien. Aunque sigan las catarsis y larai larai. Lo cierto es que vuelvo a escribir. En la vida hay amores que nunca (nunca fueron tales, cualquier semejanza...) Y aun así quisiera decirte algo, algo que te conmueva, algo que alce las barreras y que pase la farolera. O que pase algo, que te borre de pronto o que vuelva el tiempo atrás.
Hasta antes del madrugón. Al final estaba tan tranquila. Es como despertar a un bebé y después, cuando llora, pretender que vuelva a dormir. Quiero volver a dormir. Estaba tan tranquila.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Déjà vu

Un sexo amargo. Funcional, inmediato, urgente. El vacío posterior. Déjà vu. Ya visto, ya vivido. Sobre esto había empezado a escribir ayer, sin éxito.
La trasnoche, la ducha rápida, la misma ropa, un poco ahumada, del día anterior.
Un cuerpo extraño, dentro de mi cuerpo, extraño. Suena triste, y lo es un poco. Casi tanto como inevitable. Lo dicho: urgente. Películas malas, reflejos deformados, miradas sin complicidad, si profundidad.
Parece una burla, o seré una imbécil ostentando mi propia insuficiencia. Portando con orgullo la bandera de la obviedad. Con orgullo y vergüenza, con orgullo y necesidad. Imbécil.
Tanto en la cabeza y para qué, tanto en el cuerpo, tanto en la boca, en las manos. Nada para dar, nadie que reciba. Sólo sexo amargo y el vacío posterior. Y el déjà vu de no aprender nada, de repetirlo a conciencia. Imbécil.
Sin la capacidad siquiera de arrepentirme o de disimular. A flor de piel, al descubierto casi absurdo, dejándome rozar por la vanidad de los idiotas. Creyéndome invencible y muerta de miedo. Imbécil.
Rebotando como mi propio eco, en la cabeza pum, pum. Rebotando con el cuerpo como una pelota. Simulada, incrédula, ingenua. Imbécil. Levantando la ruina de mis propias palabras, como si no me importara. Como si juntando cada vez los pedazos pudiera armarlo de nuevo. Como si no se notara el pegamento y las grietas envejecidas.
Pidiendo a gritos un salvavidas y recibiendo sonrisas falsas, cómplices farsantes de mi propio sainete. Qué imbécil. Vacía y sola, exhibiendo la miseria, riéndome de ella con los dientes amarillos de una bruja harapienta. Inventando conjuros inútiles, buscando respuestas en ninguna parte.
Ya visto, ya vivido, ya escuchado. Repetido indefinidamente. Desde varios ángulos, a diferentes velocidades, con diferentes niveles de crueldad, de terror, de sinceridad, de negación.
Sólo quiero que sepas una cosa. Nada es cierto, nada de nada. Ninguna de tus palabras, ni de tus gestos. Los anteriores ni los de ahora. Ni los míos, seguramente. Nada debería ser cierto. Este olor a quemado, a noche vieja. Agrio. Todo es un gran malentendido que nadie se atreve a explicar, eso es. Puro miedo, lo de siempre. O aceptar la derrota, que es casi tan doloroso. Ni siquiera estas palabras son ciertas. No son más que un manojo de sensaciones victimizadas para potenciar el déjà vu, que al fin y al cabo no se trata de otra cosa. Sólo una cosa quiero y me está vedada por el mero hecho de desearla. Deseo dejar de desear. Imbécil.
Y como una burla del destino, esto sucede el día de hoy.